lunes, 4 de marzo de 2019

Ibaff X Edición-ROUND 3


 Creo que hay películas como The dead and the others (Chuva é Cantoria Na Aldeia Dos Mortos)”, con el que se inicia la tercera sesión de la sección oficial de Cine Independiente IBAFF, que no deberían valorarse con una puntuación de 1 a 10 sino con adhesiones a la causa que representan: aquí un pueblo indígena del Brasil de hoy cuya cultura, cuya existencia misma pende de un hilo frente al empuje “civilizatorio”...  Porque, tal como la filman su directores João Salaviza y Renée Nader, con serena admiración y asombro, sin prejuicios ni conclusiones predeterminadas, es indiscutible que posee un valor incalculable para el resto de la humanidad, y no como vestigio de una época perdida sino precisamente como baluarte de resistencia en una lucha desigual que todavía hoy se produce en el corazón mismo de nuestro presente. La tensión que el joven protagonista experimenta tras la muerte del padre, entre el destino al que le conducen los lazos con su comunidad y su lugar de origen, y las otras posibilidades que se abren más allá, es la nuestra... Entiendo por qué les gustó tanto esta película al público de Cannes, y comparto el sentimiento. ¿Acaso la marginación y la precariedad material en la que viven este joven y su pueblo, pueden ocultar su grandeza espiritual, pasar por alto la profundidad de su cantos, enturbiar la belleza de sus paisajes interiores y exteriores, o disminuir la riqueza de los vínculos con la tierra que habitan?... Creo que más bien al contrario, esta negatividad las realza. En este tipo de existencia reducida a lo esencial para su conservación se revela más nítidamente el sueño de una conexión directa, mágica, profunda y fundamental con el mundo, que  nuestra “evolución” nos ha quitado a la mayoría y sólo podemos recordar, si es que lo recordamos,  vagamente; y que apenas conseguimos recuperar sino cerrando los ojos, o en el contexto de la fantasía utópica o de buen cine contemplativo como éste, que en tal sentido me recuerda al de Robert J. Flaherty, a Kaneto Shindo en “La isla desnuda”, al F.W. Murnau de “Tabú”, a Werner Herzog en “Donde sueñan las hormigas verdes”...  Y ¿por qué si no, en una de las escenas más conmovedoras de la película, cuando el protagonista acepta su transformación y se sumerge en el manantial de su nueva vida consciente, se libera en la sala de proyección un sentimiento espontáneo de alivio parecido a una reconciliación, o una ilusión momentánea de ella, como un desafío en medio de todas las incertidumbres que nos rodean?...  ¿O tal vez me equivoco y no hago más que divagar subjetivamente?



 También está relacionada con la resistencia, me parece a mí, la siguiente película de la sección oficial del día, en este caso una resistencia artística, no solitaria sino colaborativa. En un contexto muy alejado al de la anterior y con pretensiones muy diferentes, el director de “Coalesce: A City Composed”, pone la atención en los procesos compositivos de una pintora de paisajes y de un músico autodidactas cuyos trabajos pretenden converger, capa a capa, en una exposición colectiva final titulada igual que la película. Si en efecto convergen o no es otra historia, una cuestión de gusto seguramente; sin embargo la “ciudad compuesta” por esos cuadros y esos temas musicales, unidos a los comentarios de los dos artistas mientras los componen, da como resultado una experiencia curiosa y gratificante. Seguramente no deberíamos preguntarnos sobre el sentido general de la pintura y de la música, ni sobre el cine, pero lo hacemos porque vivimos en la era informática dentro de una ola cada vez más grande de digitalización en que las máquinas no sólo se hacen fuertes, omnipresentes, sino también más sensibles y capaces de adueñarse de nosotros o acompañarnos creativamente. Y ese simple gesto afirmativo abierto a nuevas oportunidades ya sorprende, como si se tratara de una victoria. Como si en él residiera un aspecto esencial característicamente humano inalcanzable para ellas. 






 

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