jueves, 24 de octubre de 2019
sábado, 12 de octubre de 2019
Érase una vez en… H_ _ _YW_ OD
Érase
una vez… una película que estuvo a punto de convertirse en
una gran película y se quedó en el intento, debido al caprichoso “revisionismo
histórico inconsecuente” de su director.
Érase
una vez… otra oportunidad para la representación
de la realidad más irrepresentable, desperdiciada en un flirteo tramposo con
los cuentos de hadas para niños…
Érase
una vez en… HORRYWOOD.
Creo que esta última película de Tarantino es
bastante entretenida, y seguramente es de las mejores de su producción, sin
llegar a la excelencia de Reservoir Dogs, Pulp Fiction o Jackie
Brown. Estas son las películas que, en mi opinión, demuestran su
peculiar visión y estilo cinematográfico, ese juego de realismo sucio y fantasía bizarra
típica del cómic que él ha hecho
totalmente suyo, que lo diferencia de otros directores y cimenta su prestigio.
Sin duda es genial la parte del film dedicada
a la descripción del atribulado Hollywood
de finales de los 60; y lo mejor de esta parte, la historia de amistad de la pareja protagonista a través de la cual lo
contemplamos, brilla admirablemente gracias a las interpretaciones del
tándem Pitt-Di Caprio. A través de estos, el actor Rick Dalton y su inseparable
doble para escenas de acción, Cliff Booth, Tarantino transparenta a pequeña
escala los entresijos de esta gran industria norteamericana de alcance
universal, la llamada <Fábrica de los Sueños>:
la duplicidad de los valores que impulsan el duro trabajo
de la imaginación; las luchas subterráneas por el
poder, por las ideas, por el éxito,
por la supervivencia; la crisis del star system ya evidente en el apogeo de la floración hippie e insoslayable en
1969, el año en que se centra la película. El año de la infame masacre en torno
a la que se orienta el film, que señala mucho mejor que el conflicto con
Vietnam, según algunos periodistas, el fin de la Era Hippie. Tarantino muestra un
Hollywood que sobrevive como puede a su Edad de Oro, que lejos de su Esplendor Clásico lucha por mantener
estatus y liderazgo no sólo frente a las producciones cinematográficas
foráneas, la televisión omnipresente y el vídeo en auge, sino frente a las recientes
ideas contraculturales de la nueva
generación de norteamericanos y sus nuevos hábitos de consumo... Apenas es un apunte, pero vale la pena subrayar en este
sentido la mención en el film al género pornográfico emergente, en contraste
con el emporio Playboy, entonces ya normalizado; así como merece una mención la
muestra de “claudicaciones” de la gran industria cinematográfica ante estéticas
extranjeras de bajo presupuesto como la del spaguetti
western, el subgénero nazi o el
de luchadores estilo Bruce Lee.
Esta visión, llena de idealización y realidad
a partes iguales, es genial, en efecto, porque refleja de manera extraordinaria
el otro lado del espejo mágico del mundo cinematográfico. Y dentro de ella
sobresale, en particular, esa breve historia del cine inventada a partir de
carteles de películas y fragmentos
documentales ficticios, con los que Tarantino compone la trayectoria de su protagonista,
que para mí es el hallazgo más interesante y divertido.
Sin
embargo, la película se cae de bruces contra el suelo cuando Tarantino se enfrenta
a la realidad exterior al cine y hace
su ajuste de cuentas personal con ella, tergiversando deliberadamente los hechos,
más o menos conocidos, de la trágica historia de la familia Polanski, con el
fin de encajarlos en esa visión.
Afirmaba A.Hitchcock que una película era tan buena como bueno fuera el retrato de su villano, tanto mejor cuanto más verosímil fuera el malo...
Afirmaba A.Hitchcock que una película era tan buena como bueno fuera el retrato de su villano, tanto mejor cuanto más verosímil fuera el malo...
Pues
en esta película Tarantino contaba en principio, dentro de su propia historia,
con uno de los más despreciables que existen, y además auténtico, capaz, a través de sus acólitos, de cometer uno de
los crímenes más sonados de la historia, tan atroz como cobarde…; y sin embargo
se ha olvidado de él. Tarantino no sólo se ha apartado de la verdad en el
momento más crítico del film, sino que se ha olvidado del villano, de sus secuaces
y del famoso crimen.
Sin
duda, este apartamiento de la verdad y este olvido en el punto crucial no tienen
que ver con las circunstancias, ni son triviales; son aspectos entrelazados de
la misma visión.
Aunque la tragedia perpetrada por el villano y su “ejército zombi” no es el único motivo
narrativo del film, ni siquiera el principal, buena parte de la acción sí que
gira a su alrededor, de hecho, la publicidad de la producción la utiliza, y la
sensación especial que transmite desde el comienzo pende sin duda de ella, de esa
tragedia que atrae como un morboso imán, atractivo y temible a la vez. Sí, la
publicidad del film ha sabido sacarle partido al “agujero negro”. Y sin
embargo, Tarantino ni lo muestra ni hace el menor intento de acercarse a él. Al
contrario, en cuanto ha captado nuestra atención en esa dirección, se aleja en la
opuesta.
Por esta razón, la narración de la trágica historia
real de Roman Polanski y de su mujer, Sharon Tate y amigos, que transcurre
paralela a la del ficticio tándem protagonista, es tan ambigua; parece reveladora
pero en el fondo está hueca, y resulta triste y espúrea.
Y así, en lugar de iluminarnos al respecto, o
de permitir que nos perdamos en nuestra propia oscuridad, la película directamente
defrauda nuestras expectativas y decepciona. Nos deja fríos, flotando en la
superficie de las apariencias, igual o peor que antes de haberla visto.
Porque es
hermoso imaginar a la joven actriz Sharon Tate recién llegada a Hollywood,
encandilada con sus luces y con su propia imagen en la gran pantalla,
acariciando su embarazo con una nube de ensueños. E indudablemente gratifica
visualizarla, gracias a la magia del cine, no como víctima, sino tal cual podía
haber sido al margen del crimen al que tan odiosamente va asociada la memoria
de su nombre.
Lo que pasa
es que la vida de esta incipiente promesa se cerró con su muerte en 1969, hacia donde
apunta la película, y su historia está ya irremediablemente unida a la de sus
verdugos, nos guste o no, su nombre al de ellos. La tragedia es inevitable
porque es historia, y Tarantino no ha sido capaz de contarla, en fin, o no ha
querido contarla después de todo, lo
cual es igualmente frustrante. Ya que ha
tenido el apoyo de una superproducción y 3 horas de oportunidades para ello, y
las ha desperdiciado todas.
Probablemente, como cualquiera de
nosotros, no ha sabido profundizar en esa fea realidad, no la comprende o se conforma con producir la suya propia. Pues la violencia que el
film promete no es la auténtica, la que procede de la tragedia de la realidad, sino
la que él impone a la realidad de manera absurda en sus fantasías, una violencia breve y no
tan explosiva en comparación con otras de su producción, es verdad, aunque es igual
de personal y gratuita... A alguien le divertirá seguro, pero es gratuita de facto, en el doble sentido de fácil y sin fundamento.
Porque el “agujero
negro” que aquel crimen creó a su alrededor, del que en cierta medida se nutre
la película, sigue creciendo de manera incomprensible a través de ella, hasta
el punto de que, sin haber aportado luz en ningún sentido, muy a su pesar, se
la traga.
Por medio de
esta retrospectiva crítica, la película pasa en mi apreciación de la categoría
del entretenimiento al de la diversión
fraudulenta.
Más o menos
lo que pasó con Malditos bastardos… ¿O
acaso equivale a algo más que a una bravuconada fantasear con
hacer saltar por los aires la cúpula del III Reich, Hitler incluído, cuando ya
ha pasado la ocasión de llevarla a cabo?; ¿es que la memoria colectiva, por
medio de oscuras manipulaciones de la imaginación privada, puede volver a los campos
donde se resquebrajó y recuperar su fulgor inocente, e incluso ganar batallas
perdidas?
Tal vez puedan reírse con el intento algunos
de los supervivientes del holocausto, pero yo no conozco a ninguno vivo, y dudo que
pueda hacerlo alguno de entre los millones de cadáveres que dejó a
su paso.
Ya, ya…, se trata sólo de cine, por supuesto. Pero,
¿es que el cine es menos que la realidad? –Además, si la historia la
escriben los vencedores, en este caso los cineastas... ¿por qué al final no
queda claro quién ha vencido a quién, ni es concluyente la historia que se está
escribiendo?
Quizás sería demasiado
pedirle a Tarantino que mirase a través de Billy Wilder, el cual, aunque sufrió
en su propio pellejo junto a su familia la persecución de los nazis, los superó
transmitiendo en su cine una visión nada maniquea de ellos, sino incisiva por ser comprensiva,
pletórica de humorística, fantástica y conmovedora humanidad; por ejemplo en Cinco
tumbas al Cairo, Berlín Occidente, y sobre todo en Stalag
17 = Traidor en el Infierno. Quizás
sería demasiado pedirle eso, porque al fin y al cabo la visión de Wilder, en la
que la fantasía brota de la materia de la vida real, no es la suya. Pero ¿me
excedería si le sugiriera que viera esas películas y las tuviera en cuenta?
En fin, esta clase de “revisionismo histriónico” de
Tarantino no tiene consecuencias, pero sus fantasías infantiloides sí. Y la más
tangible de ellas, para mí, es que me alejan de él y del interés en su cine.
Realmente a Érase una vez en…, le sobra la violencia de la penúltima escena.
Creo que para triunfar de verdad al final, para vengarse del pasado o simplemente cerrarlo
con un círculo, no necesitaba el
"golpe siniestro de la realidad". Y menos aún darle la vuelta. Sólo reflexionar antes un poco, profundizar
algo, argumentar más…Disponía en su propio guión con recursos de sobra.
¡Tenía tantas opciones plausibles entre las que
elegir para encontrar su querido happy
end sin desmentir los pocos datos más o menos ciertos que tenemos de la
sórdida realidad!
miércoles, 9 de octubre de 2019
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