sábado, 26 de marzo de 2022

´ El contador de cartas´ de Paul Schrader

 Esta película me ha dado bastante en qué pensar; voy a escribir algo sobre ella con el fin de ordenar mis ideas al respecto.
                                                                                                        
 Que no lea las siguientes líneas quien no la haya visto aún, en caso de que quiera evitar sorpresas spoiler o sacar conclusiones por su cuenta. 

 
         1. William Tell y el emperador Marco Aurelio


 William Tell, el protagonista de la película interpretado por Oscar Isaak, es un jugador de cartas enigmático de lo más atípico, cuyo nombre resulta curiosamente sospechoso sin ballesta: con un pasado de militar que se cierne sobre él como una oprimente sombra nocturna, tras su paso por la cárcel se gana la vida jugando solitaria, discreta y concienzudamente al blackjack y al póquer dentro del circuito de los casinos y los grandes salones recreativos que abonan EEUU.  
 No es difícil simpatizar con él desde el principio merced a las primeras palabras, pronunciadas en off por él mismo, con las que se le presenta en el film, en las que reconociendo la naturaleza benéfica de su castigo admite indirectamente merecerlo. Pues los crímenes que ha cometido, apuntará con sentida convicción más adelante ante un desconcertado Cirk, son "injustificables"; y allí, en el escenario de su merecida condena, ha aprendido entre otras cosas, continúa agradecido, a contar y jugar a las cartas, a disfrutar de la lectura, a ver el mundo de una manera hasta entonces inimaginada para él, a planear para sí mismo un futuro mejor. 

"¿Todo castigo tiene un final? ¿el esfuerzo necesario para merecer la redención tiene algún límite? ¿puede uno saber cuando ha llegado a ese límite?".

            Los dos planos en los que se le puede ver leyendo las "Meditaciones" del noble emperador romano Marco Aurelio no son decorativos, como nada en este film: se trata de un compendio de memorias clásico en los que la filosofía estoica, el desapego respecto a lo material y la reclusión del alma en los estrechos límites de la austera necesidad aparecen como los únicos remedios para soportar  las injusticias naturales y las veleidades del tiempo, los ingratos deberes del Imperio, la locura de existir. De la escritura de una especie de diario íntimo, las "Meditaciones" particulares del protagonista, que este lleva a cabo con la misma asiduidad que su actividad lúdica, acompañándole allí a dondequiera que va, surge esa relación con la autoconciencia de la que es inquietante embajadora la voz en off que flota por encima de las imágenes y las atraviesa, vaciándolas de su sentido inmediato o densificándolas, dándoles una dirección que no es la que se puede palpar con los ojos o indicar fácilmente con un dedo.

 Como podría decir el autor de la película, el oficio de jugador al que W.Tell se entrega con devota disciplina una vez puesto en libertad, es la máscara de un drama silencioso de búsqueda de purificación interior, de superación del pasado, hacia una posible, aunque dudosa, reinserción plena. En este proceso pueden ayudarle los encuentros con Cirk, el hijo adolescente de un compañero del ejército con el que compartió su etapa criminal, interpretado por Tye Sheridan, y con La Linda, una patrocinadora de "pura sangres" de los juegos de naipes interpretada por Tiffany Haddis.

"Hay cierto peso que un jugador va acumulando cuando acepta un bancaje. Es igual que cualquier lastre que acumula cualquier persona endeudada. Aumenta y aumenta, tiene vida propia. Un hombre también puede acumular cierto lastre moral, por los actos que cometió en el pasado, y ese lastre nunca se puede soltar". 

      2. La deuda sin fin, Cirk y el cortocircuito de la venganza

 La deuda contraída por el protagonista a causa de sus crímenes pasados no se salda cumpliendo la condena en prisión prescrita por las autoridades pertinentes, el castigo no se acaba cuando expiran sus días en prisión. Aunque tiene talento de sobra para las cartas, W.Tell lo usa con astuta contención, participando en pequeñas apuestas con las que gana lo suficiente como para llamar un poco la atención sin obligarle a dejar de ser anónimo. Parece que se dedica a ello como quien realiza una penitencia más que como alguien que disfruta de su libertad, como uno que, lejos de buscar evasión, diversión, fama o fortuna, sólo pretende sobrevivir, vivir al día, ajustar el fiel de una intangible balanza interna, o como él comenta en una ocasión, "para matar el tiempo". Sólo el encuentro con Cirk le hará replantearse eventualmente esta estrategia.

          El horror que late en el corazón prácticamente inasequible de esta historia es un escándalo internacional que, desde que se conoció, ha minado para siempre la imagen de EEUU como país de ensueño, país civilizado, libertador, productor de democracia y defensor de derechos humanos, una pesadilla auténtica basada en hechos reales que, por cierto, aún no se ha terminado: los crímenes de lesa humanidad cometidos por el ejército estadounidense bajo la tutela del gobierno de G.Bush y D.Rumsfeld en la reciente campaña contra el terrorismo islámico, luego mantenida e incluso animada por Obama en contra del marketing que le llevó a ganar las elecciones.  La película se centra en concreto en las nuevas técnicas para interrogar a los "prisioneros de guerra" desarrolladas a partir de Guantánamo, en Abu Ghraib, Irak, en las que se admiteron sin escrúpulos la privación sensorial, las humillaciones sexuales, la tortura física y psicológica en todas sus formas.  Cuando cierta información comprometedora relativa a estos hechos se filtró a la prensa, verbigratia las fotos en los que se ve a los torturadores en acción, y el caso impactó en las pantallas de la opinión pública mundial, los mecanismos de la Justicia Americana se pusieron en marcha. Y el resultado fue que los atroces participantes que aparecieron en las fotos, la mayoría soldados, fueron condenados a prisión, caso representado por W.Tell; el resto no, ni los superiores de estos soldados ni los mandos de estos superiores, ni los instigadores más altos de estas nuevas técnicas injustificables situados al final de la cadena de mando, los cuales viven hoy tan libre e impunemente como antes. 

  El caso del padre de Cirk es el de un militar que, traumatizado por su participación en la barbarie, nunca regresó de ella, y acabó suicidándose. En consecuencia Cirk conoce de cerca este escándalo, lo ha investigado a fondo y por consiguiente conoce el nombre real de William, su Tell: su historia, y lo reconoce a primera vista. Así como conoce los del pez gordo,  John Gordo interpretado por Willem Dafoe, bajo cuyo mando actuó su padre, al que considera responsable directo de su tragedia: contra él planea vengarse.
 Imagina, en cuanto contacta con W.Tell, que este estará de acuerdo con su plan y le apoyará para llevarlo a cabo.
 W.Tell a la inversa, en cuanto lo descubre espera disuadirlo de semejante plan, se pone en el pellejo del "chaval" igual que en el de su padre, y se imagina que puede  ayudarlo impulsándolo en una dirección no prevista por él, inédita, hacia una vida buena con mejores oportunidades que la que él se ha procurado para sí mismo hasta el momento.
 Con este fin altruista en mente, y el deseo egoista de aligerar así su "lastre moral" como trasfondo, acepta al fin participar en una competición de las grandes de las que le propone La Linda, ilusionándose con la mera posibilidad y trabajando para hacerla realidad in crescendo.


           3. Blanco sobre blanco, La Linda, Providence & Grace... perdón y vida nueva

 Si los versos de Michael Been de The Call, World on Fire, que W.Tell lleva tatuados a la espalda, son buenos indicadores de sus intenciones, de las raíces espirituales y de los medios de su búsqueda interior, en su camino hacia la redención, entonces la materialización visual más clara de la misma, creo, es esa llamativa manía que tiene de quitar los cuadros, de desconectar los aparatos electrónicos y de forrar con telas blancas los muebles de las habitaciones de motel en que se aloja en cada uno de sus viajes. Imagen desconcertante de aislamiento que difumina los contornos entre la realidad y los deseos, y al mismo tiempo emblema de apropiación de un territorio, este extraño comportamiento de aspecto fetichista podría delatar la desconexión del personaje con el mundo, o simplemente demarcar una distancia simbólica entre ambos, teniendo su origen tal vez en alguna clase de patología higiénica, alguna fobia o suspicaz temor a dejar huellas, o expresar más bien, como si W.Tell no pretendiese  otra cosa
con él más que extender a su alrededor las pulcras páginas del diario en que escribe, las verdaderas dimensiones de la prisión interior de la que quiere salir a su modo, a su ritmo, siguiendo su propio instinto: me hace pensar en una representación abstracta de la aspiración a empezar desde cero una vida nueva, en Malevitch y su "blanco sobre blanco".

"La sensación de que te perdonen es muy parecida a la de perdonarte a tí mismo. No tiene sentido intentar separarlas".

 En esta película con muchos juegos de cartas, no se descubre al instante que el juego que transcurre fuera de las salas oficiales de juego es el más apremiante y el más valioso. Y la apuesta por la redención, que pasa inevitablemente por las de la amistad y el amor al prójimo, tal vez no sea precisamente la más espectacular, ni la más original, ni la más esperada, pero sin duda es la más fuerte, la más cara y necesaria para la existencia humana, la que conmueve los cimientos de la ficción conduciéndolos hacia la realidad y otra vez de vuelta, una y otra vez, de la una a la otra. Es la que dirige en cualquier caso los engranajes de la narración del film, igual que la estocástica en manos de un jugador experto, atento, o al que le sonríe a saber por qué la suerte... hacia una combinación con premio.

4. Sin embargo las cosas no son lo que parecen y no todo lo que comienza bien tiene un buen término

 Hay sin duda deberes superiores al deber de obediencia profesional en la cadena de mando del ejército. Cada ser humano es responsable de sus propios actos, y todos los  actos tienen sus consecuencias. No tiene sentido delegar esta exigencia ética en otros. W.Tell está convencido de ello. Así que tambien tienen un límite muy claro las críticas al estamento militar implícitas en la confección de las breves secuencias que su inconsciente dormido escenifica con las atrocidades cometidas durante su ejercicio como criminal, torturador, verdugo.
 Por cierto que llama la atención la calidad técnica de estas breves secuencias de pesadilla, tan diferente en cuanto al color, textura y enfoque a las del resto del film: vertiginosamente distorsionadas, en contraste con las de la calma diurna, parecen recrear un experimento con cobayas de laboratorio, un simulacro de espectáculo que evoca entornos virtuales característicos de ciertos videojuegos del momento, especialmente 3d first person shooter.
 La comparación de la violencia estilizada que impacta allí con la violencia real es imposible, como creo que el autor del film sugiere con admirable elegancia poco antes del final; porque el sentido y la  naturaleza de la violencia, la trascendencia de su poder aniquilador, sea legítimo o banal, no se limita al momento y la forma de su fulminante exteriorización fisica, ni su denuncia puede reducirse por tanto a los confines de una imagen, y como quiera que sea, no se agota en las posibilidades de su representación visual explícita. Y, otra vez, no es justificable aunque se comprenda.

¿Reconocimiento de la culpa-responsabilidad por los propios actos = asunción del castigo merecido = perdón = posibilidad de empezar desde cero?

5. Wish you were here

 A través de nuestro oscuro antihéroe que, igual que un ermitaño de otra época en busca de iluminación, se entrega a la llamada Casualidad con humildad y paciente concentración ascética,
el vistoso colorido del escaparate industrial de los juegos recreativos que el cine hollywoodiense nos ha acostumbrado a ver como deslumbrante y glamouroso, se empaña, permitiendo vislumbrar mejor el paisaje humano que lo transita y lo sostiene, el cual parece hipnotizado, presa de una especie de alucinación colectiva grisácea dentro de un sueño de felicidad mecánica puramente consumista repleto de víctimas, ruido, anuncios, armas, marcas, trampas, guardias de seguridad, cámaras de vigilancia y estrellas fugaces superficiales por doquier. Destaca como modelo histriónico frente a él su más temible competidor en los juegos de salón, el personaje llamado "América" que viste bandera patriótica y celebra su buena suerte con gestos cinematográficos bien diseñados para la ocasión, ajeno a todo lo que no sea su propio triunfo: "¡Viva América, viva América, viva América!", el corazón juguetón de la mismísima triunfante América que estalla por dentro, metafórica de profundis en Las Vegas, que divide en dos sobrevolando con soberbia salud económica insultante el pobre infierno de los perdedores condenados sin opciones al olvido.


           
Paul Schrader está en plena forma a sus 75 años. Lo demuestra ´El contador de cartas´. Mucho ha llovido desde que en 1972 publicara "El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer". Sin embargo el director sigue siendo aquí coherente con los postulados juveniles anotados allá: las reflexiones que contiene, que han influido de modo decisivo en la visión que yo y otros muchos tenemos del  séptimo arte, siguen estando vigentes y siguen siendo relevantes. Es más que probable que gane más en retrospectiva, porque cuanto más te acercas más te da.