martes, 15 de enero de 2019

...El Último Imperio del Rey Desnudo



   No sé si conocéis la historia de aquel rey vanidoso que se dejó engañar por unos pícaros para lucir un traje de nada, un traje de aire, tan único como invisible e inexistente, su piel al desnudo, vamos, como si fuera lo más de lo más en cuanto a último grito de la moda: “El traje nuevo del emperador” se llama el cuento,  y fue publicado en 1847 por Hans C. Andersen como parte de la colección de <<Cuentos de hadas contados para niños>>.  Pues bien, este rey vanidoso, deseoso de mostrarse en público con el prodigio que estos pícaros embaucadores le habían preparado, convocó para la ocasión a todo su Reino, y todos pudieron ver a las claras entonces el engaño, el fraude que tanto unos como otros sospechaban y que por todas partes se había ido comentando, entretejiendo, pero que por diversas razones no podían o no se atrevían, o no querían, deshacer; así que en principio, aún calándole a través de su “tejido transparente”, le siguieron el juego como si tal cosa... Hasta que un niño observó en voz alta, con esa típica insolencia de niño de la que no podían hacer gala el Pueblo ni la Corte, ni más ni menos lo que todos veían con sus propios ojos, en efecto, pero no reconocían abiertamente: que el rey, en fin, no llevaba ningún traje, sino que se presentaba desnudo. 

 Esta simple observación unida a la risa que naturalmente provocaba, pues al fin y al cabo el rey era de este mundo, de carne y hueso como los demás, despertó la burla generalizada hasta entonces contenida, y así la vanidad del rey fue herida donde más le dolía, lo que fue recibido por él como su merecido castigo. Sin embargo éste, avergonzado,  hizo como si no se diera cuenta, levantó la cabeza y detuvo el desfile altivamente. Aquí acaba la versión oficial del cuento.

 Bien, hay muchas versiones del mismo y todas concluyen en avisos en forma de moraleja sobre  la relatividad de la verdad:  sólo la ingenuidad desinteresada de un sujeto que todavía no está integrado socialmente puede resistirse a la seducción del poder y enfrentarse al artificio de las convenciones sociales. 



 A mí me ha dado por pensar que podría tener un final más redondo en esta línea de pensamiento si continuara del modo siguiente, a ver qué os parece: me gusta pensar que el rey es un tipo listo además de vanidoso, y capaz como sólo puede ser capaz un rey de cuento, de un gesto realmente soberano que a todos admira, el rey abdica allí mismo de su trono a favor de ese niño, admitiendo ante todos los presentes que esa mirada espontánea tan simple y sin mediaciones en la que se ve retratado como en un espejo es más valiosa que todas las supuestas riquezas de su Imperio en conjunto;  o bien, cediéndole la Corona, le propone que se convierta en su consejero…  Y así, riéndose de sí mismo y abdicando se eleva como ser humano a una dimensión de ecuanimidad que no había logrado nunca como cabeza de su Imperio.

  El niño de manera natural rechaza la doble oferta con una sonrisa, y la multitud los aclama a ambos. Recupera así para sí y para su Reino, en ese gesto, la Libertad, y a continuación todos se desnudan para celebrarlo alegremente.  

 O bien…