jueves, 30 de agosto de 2018
jueves, 16 de agosto de 2018
martes, 14 de agosto de 2018
lunes, 6 de agosto de 2018
Yellow Bus-Dragon
Cansado de sentirme solo entre la multitud en fiestas de la gran ciudad, decido
ir a darme una vuelta por las afueras de la misma. Y ya me hallo pedaleando por
una carretera de esas cinematográficas que atraviesan grandes extensiones
desérticas de Norteamérica, lo cual me hace sentirme muy bien. Pero entonces llego
a una cuesta con una inclinación de unos 50 grados en la que tengo que
concentrarme al 100 % para no perder el equilibrio: a medida que aumenta la
pendiente y por tanto la velocidad pienso que debo aprovecharla, no
frenar, para poder subir con la
inercia, sin esfuerzo, el otro
lado de la cuesta… Sin embargo el firme de la carretera es irregular
y sé que un bache o un relieve mal cogido me puede lanzar por los aires…
Además, cuando la velocidad que he alcanzado es tal que frenar, aunque sea un poco y progresivamente, resulta muy peligroso, contraproducente, aparece un autobús amarillo en sentido contrario que rápidamente pasa de ser un punto sin extensión en la distancia a ocupar todo el ancho de la calzada.
Además, cuando la velocidad que he alcanzado es tal que frenar, aunque sea un poco y progresivamente, resulta muy peligroso, contraproducente, aparece un autobús amarillo en sentido contrario que rápidamente pasa de ser un punto sin extensión en la distancia a ocupar todo el ancho de la calzada.
Así que me concentro en desviarme muy lentamente de mi
trayectoria esos centímetros decisivos hacia el borde de la carretera, a fin de
evitarlo. El autobús pasa de largo a mi lado sin complicaciones, no era tan
grande como creía, o bien ha recuperado sus proporciones habituales al
acercarse. Y así supero este peligro y caigo sin remedio en el siguiente: un agujero X que surge como de la nada justo detrás de él y me conduce a un foso como un callejón sin
salida hecho de paredes de caña altísimas que me hace pensar en una sala de espera para gladiadores y otros
reos de muerte… En lo más alto de
ese agujero aparece de vez en cuando la cabeza de un dragón, y la gente que
comparte mi mala suerte allí llora, grita, se tira al suelo a mi alrededor
desconsoladamente, está demasiado desesperada para reparar en mi presencia y
responder preguntas. ¿Se han cruzado
también en su camino con el extraño
autobús amarillo?, ¿qué hacemos allí?, ¿cómo podemos salir? ... –Cuando la
cabeza del dragón baja para llevarse a algunos de nosotros entre sus fauces veo
que el agujero tiene las dimensiones ajustadas a esa cabeza y que no se trata
de un dragón auténtico, sino de un ingenio mecánico accionado por medio de
algún control remoto. Observo además que por encima del agujero, incluso de dentro
de la cabeza del monstruo mecánico, surgen de vez en cuando ráfagas de voces de gente, claro que estas son muy diferentes a
las producidas por los de aquí abajo.
Son voces divertidas, conversaciones
alocadas entre alegres risas estridentes que se entremezclan con ruidos de brindis,
chin-chin y pisadas danzarinas que me recuerdan el ambiente festivo del que
huía al principio del sueño: ahí arriba, sea quien sea, pienso, se lo está pasando en grande y a nuestra
costa... Parece que no hay ventanas, puertas, rincones o huecos, asideros
en las paredes ni ninguna posible escapatoria dentro del lugar donde nos
encontramos: el final del agujero donde nos apiñamos es sólo una explanada
desnuda donde se sacia fácilmente el hambre de esa boca monstruosa. Y cunde naturalmente entre nuestras filas el pánico ante el temido
final, lo que conduce a que unos utilicen a otros como pantallas o escudos, en un
triste intento vano de evitarlo, de postergar la agonía un poco más… Yo paso de extremismos sin embargo: pienso
que si no hay salida es mejor resignarse
y aprovechar los últimos instantes pensando; que si
hay que morir ahí, al menos lo haré a mi estilo, sin tremendismos ni gestos solemnes, mirando de frente al enviado
de la muerte…
Caigo al suelo cuando otros caen sobre mí empujados por un grupo en estampida y
así, cuerpo invisible debajo de otros cuerpos, me libro sin pretenderlo de varios
ataques. En algún momento que no
visualizo en detalle aprovecho esa situación para agarrarme por fuera a la
mandíbula del monstruo, que es como la pala de un tractor, y así salgo del
agujero y del sueño. Y comprendo que ese
monstruo terrorífico era también el único medio para salir de allí.
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