lunes, 27 de julio de 2020

Calle Emperador



 Calle Emperador a mediodía un día de finales de julio,
un pantalán seco partido en dos con una red de pescar cien mil veces
remendada, que parece abierta a casi todo, por la que corre a sus anchas
la luz y el viento:

a través de su cegadora estrechéz camino, muy atento mientras la atravieso,
al Imperio que la placa de la calle nombra indirectamente, donde,
entre fachadas adornadas de blancas y limpias grietas, se solazan y consuman al instante, de un vistazo, los humildes sueños de
una gloria pasada inconcreta y los anhelos más
 fantásticos.

Observo nubes descarriadas sujetas como cometas  a los alféizares con
un montón de cabos sueltos.

Jarrones moros en las esquinas de los solariums portando geranios y aloes
en los que se mezclan sombras de cruces, las espirales de los caracoles y
las lágrimas de las almejas; y un gato en el umbral de una puerta entornada 
al que no parece sorprenderle, en absoluto, mi presencia.

Me guiña un ojo o intenta despachar a una mosca. Me parece aquí que 
todo es incierto...

Todo menos ese gato y el mar, que no sólo murmura por lo bajo
un poco más allá, sino que extiende brazos y manos acariciadoras por 
todos lados, a mi alrededor, a la intemperie, 
a ráfagas o en oleadas inmensas, al albur
 a través del aire:

Yodo, salitre, algas 
amontonadas, peces del día atrapados en la cercana Lonja, los huelo, 
el tesoro efervescente que entrega sin cesar a la tierra que orilla, 
a cada vuelta también me lo restriega por la cara.

Lo que se llama "cielo" no está arriba ni lejos, pues no es más, ni menos,
que el etéreo fluido a través del cual nos movemos, que, aún enroscado
bajo la planta de los pies, respiramos siempre.

 Aquí obtengo esta translúcida certeza, que igual vapulea mi ropa que 
me despeina, como si quisiera desnudarme, simultánea de
la brisa desenmascarilladora que arrastra mi sonrisa hacia afuera.

Igual que golondrinas y gaviotas ronda-barcos "desconectan", por así decir, 
sus alas, cuando encuentran a su favor sus corrientes térmicas favoritas, 
las mismas que ahora delimitan la profundidad de mi espacio, 
así mis pensamientos vuelan aquí y ahora
en esta calle única, gracias
al desconcierto.

La calle Emperador que atravieso imperialmente me atraviesa.
Su Imperio Ingobernable abierto a casi todo.





viernes, 12 de junio de 2020

Dos golondrinas




Construyen su nido en el alero del edificio de enfrente dos golondrinas.

Creo que son las mismas que creí capturar con las garras de mi cámara hace unos días, cuando las retraté sobrevolando el atardecer por encima del tendido eléctrico.

No sé por qué me hace ilusión que sean las mismas que las de aquella imagen...

Me regocija descubrir, en cualquir caso, que esa pareja tan libre y yo somos vecinos, tal vez sea por esto, por descubrir que somos vecinos y a la vez, poder constatar que posiblemente una buena imagen es la capaz de conducirte fuera de su encuadre.

Ahora disfruto de sus idas y venidas.

Y a menudo escucho sus "canciones", que entonan siempre que no ocupan sus picos con barro y briznas de hierba, y toda clase de bichos para mí indeseables, de los que abundan en estas fechas por los alrededores.

Me congratulo con la afortunada proximidad de esta hermosa pareja de desinsectizadores naturales.

Por otro lado qué más me da, a mí que no soy golondrina ni cantan en mi dirección por tanto, si lo que entonan son trinos de amor o declaraciones territoriales; ambos me son igual de inspiradores, tan simples, tan reconfortantes, siempre melifluos, chispeantes, alegres.


Siempre brilla en ellos el sol, el espacio abierto, pienso, en una pequeña escala musical que contiene increíblemente todos los desperezamientos de un cielo abrazador al alcance de la mano.