lunes, 16 de julio de 2018

Aduana: End of Dream


   ¿Habéis tenido alguna vez uno de esos sueños en los que vais encontrando toda clase de cosas curiosas y maravillas igual que tesoros?... Este es uno de esos: 

 Yo iba caminando por ahí distraídamente… y lo primero que me sacó de mi distracción fue algo pequeño y brillante que resultó ser una moneda. Aunque no era una moneda corriente, pues enseguida descubrí con estupefacción, al ponerla sobre la palma de mi mano, que la imagen que estaba allí acuñada era la de mi perfil, nada menos. Y no era la única… Siguiendo el rastro, un poco más allá encontré un cielo de más allá, como el que pudiera verse en la superficie de un planeta gaseoso como Júpiter, entrevisto en un charco que para nada correspondía al paisaje de alrededor. Y en el borde reposaba una jarra de lluvia con una etiqueta del ¡Diluvio Universal!…  Así que enrollé el charco, como si fuera un pliego de papel,  para calzármelo en el bolsillo trasero del pantalón, y cogí con incrédula ilusión esa jarra... Pero también divisé desde allí una plantación de libros que salían de la tierra como árboles o plantas, que por dentro estaban en blanco o cuyas páginas aún no podían despegarse: libros-madre que estaban enraizados a la Tierra y de cuyas ramas pendían más frutos-libritos, algunos sí llenos de palabras, que parecía que estaban floreciendo, madurando o pudriéndose... Sin embargo apenas acaricié algunos al pasar, y de los otros sólo recolecté un manojo de capullos ilegibles esparcidos por el suelo, no tenía tiempo de pararme a leer porque había otras cosas en esa plantación que llamaban mi atención, como un brote de olivo que flotaba en su mismo centro, a la altura de mi cabeza, en el aire, sin moverse del lugar, suspendido como un colibrí pero sin aletear, que en ese fulgurante momento representaba para mí algo así como el no va más de la suma imposible de todos los lingotes de oro del mundo… ¿La “Paz Universal”?, ¿acaso una señal de “llegada a un Nuevo Mundo”?... ¡qué sé yo!; lo que sí puedo asegurar es que al cruzarme con él me dí cuenta de que también quería llevarlo conmigo, pero ¿cómo?, ¿dónde?... Ya tenía los bolsillos llenos, y una mano ocupada en no derramar el agua de la supuesta jarra milenaria… 

  Como por arte de magia, a este pensamiento le siguió el descubrimiento de una especie de bolsa o cinta corrediza que parecía no tener fondo, donde era posible que pudiera transportar cualquier cosa de interés que me fuera saliendo al paso… O eso es lo que yo pretendía. Al menos, pude trasladar allí sin problemas todo lo que ya llevaba encima. Y a continuación también introduje en ella un conjunto de piedras irregulares transparentes como cristales que, colocadas de cierta manera, producían al contacto con el movimiento, el sonido de una mezcla entre órgano y xilofón. Un billete de avión para revivir el 11-S desde todos los puntos de vista, en plan game, ¡menuda idea!...; unos guantes horrorosos pero irresistibles de carne y hueso, como unas manos cortadas; y una “varita mágico-poética”.  Además de una edición de lujo primorosamente empaquetada de todas las películas realizadas, dobladas y sin doblar, de Yasuhiro Ozu, etc.  

  El tesoro acumulado aumentaba vertiginosamente, a la vez que incrementaba mi impaciencia ansiosa; ya que, de hecho, este encontrar-acumular parecía no tener fin... Me hallaba de golpe dentro de un cuadro que representaba a la Noche vestida con un traje de gala del Día, en fin, la prudente lucidez con sus prevenciones típicas. 

 Fue precisamente la sospecha de hallarme dentro de la ilusión propia de un sueño compensatorio lo que decisivamente hizo derivar este afortunado paseo onírico en lo contrario,  creo, para conducirme sin aviso al borde del precipicio de una pesadilla:  Porque sabía que mi credibilidad dependía de poder compartirla con otros, estaba deseando enseñar mi tesoro... ¡Y es aquí donde me desperté por primera vez, dentro del sueño!. La segunda ocurrió inmediatamente después, cuando tuve que abrir mi bolsa-cinta corrediza en la aduana, y descubrí que esta era ya una simple maleta, y las alarmas del detector de seguridad giraban estrepitosamente atrayendo a mi alrededor a un buen número de policías que, según ellos, representaban a “toda la sociedad”.  Pero ¿a qué venía eso?, ¿qué es lo que había hecho?, ¿qué tenían que ver conmigo esas miradas sin ojos al final de esos dedos acusadores llenos de escrutadora desconfianza sin reservas?...: Y lo peor de todo, ¿por qué, del interior de mi maleta, esa caja deslavazada como una bolsa de basura que hasta hace nada era un contenedor mágico, salía ahora, siguiendo el compás de una melodía irascible hecha de ruido blanco, silencios y vacío, como en una escena de esas de David Lynch, una serpiente carbonizada ardiendo, que escupía globos con las caras dibujadas de esos polis, entre borradores  impresos de esbozos de sonrisa y montones de detritus, cenizas y pedazos de fruta exótica masticada, con todo el aroma de las cosas más indefinibles?...