Sin ninguna duda ayer el Festival de Cine
Independiente IBAFF, en la sexta sesión de su sección oficial, alcanzó uno de
sus momentos más altos gracias a la propuesta inquietantemente conmovedora de
Mohamed Ben Attia, “Dear Son”, una película maestra que sin trucos ni alardes
aparentes se adentra en el desgarramiento del extremismo sirio atrapándonos desde el principio. Pacientemente y
con decisión, con el ritmo de una pausada meditación llena de zozobra pero que
en ningún momento se aparta de su objetivo, esta se adentra, a través del amor
de unos padres que se desviven por su hijo, en el mismo corazón de las tinieblas; y acaso enciende también allí una pequeña
luz muy necesaria de humanidad que contrasta con el maniqueísmo ideológico con
el que los medios de comunicación dominantes, en nuestro querido Occidente, suelen despachar este tema. Sólo por atreverse a ello y
hacerlo en profundidad, en actitud interrogadora y abierta, humildemente pero con
ambiciones, esta película ya es extraordinaria. Porque los seres humanos,
seamos árabes u occidentales, en efecto nos tocamos en el fondo, y el tema terrorista
es complejo de por sí, quién puede cuestionarlo, al igual que la realidad que
nos rodea; y como el director del film pone al descubierto, no debemos olvidar
que nuestros puntos de vista habituales están delimitados por nuestros particulares intereses, y que por mucho que tratemos de ignorarlo nos desborda ampliamente,
no se reduce a las razones que solemos tener al alcance de la mano ni a la explicación
lógica... Pero es que además la película es una joya en el aspecto estilístico, y admira ver cómo con los mínimos recursos
narrativos, unas interpretaciones contenidas y una discreta banda sonora muy
bien escogida, que convergen con naturalidad luminosamente, se consigue lo máximo: ¿O es poco el que nos permita acercarnos al
problema tratado desde los distintos ángulos humanos contrapuestos?, ¿ponernos
en el lugar de los padres y, a la vez, en el del hijo, dejando de lado
tópicos panfletarios y dramatismos fáciles, más allá de la histeria disgregadora
del dolor de la pérdida, de la violencia explícita y de los aspavientos del
horror ante la muerte?...
Como meditación de imágenes en movimiento, considero que esta demostración de serena humildad
en el juego de los medios la hace más grande. Y que la delicada banda sonora de
Omar Aloulou que la acompaña, siguiendo discretamente las evoluciones de sus
protagonistas, merece en este sentido una mención especial. Ya que su
leit-motiv se entrelaza de manera casi imperceptible con silencios significativos sustraídos
a la confusión del devenir cotidiano, como en “transfoque sónico”, que parece surgir espontáneo del tema mismo, o
de la psique protagonista, aportando una
ambivalencia difícil de precisar muy oportuna, y decisivos matices de tensión y
misterio, de ternura, de miedo y esperanza, que favorecen la introspección. En fin, no sé si ha quedado clara mi postura,
pero por si acaso: a mí me ha encantado. Es una <maravilla> poder ver <el
jardín en medio del incendio>...
En cuanto a la
sección de cortometrajes oficiales que precedió a esta película, presentada
bajo la denominación Programa Ilusión, sólo voy a decir que para mí fue una muestra
variada e interesante que hizo que la sesión de ayer fuera realmente animada y
provechosa. Emocionante. Pienso que es reconfortante recibir de vez en cuando, entre los empujones
y los puñetazos de la dura realidad, más allá o más acá de las miradas desconfiadas apagadas
por el rencor o el odio o la simple confusión, una caricia comprensiva, positiva,
motivadora, una palmada soñadora en la espalda o un abrazo consolador. Y poder
sentir así que la vida es, a pesar de todo, como el cine, una aventura increíble
que vale la pena.
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