viernes, 8 de marzo de 2019

Ibaff X Edición-7º ROUND


 Sé que una película es especial, para mí, cuando puedo verla de principio a fin olvidándome de mí mismo, sin que surja mientras tanto el crítico escéptico que llevo dentro, o el frío analista formal de la actuación o de los procedimientos estilísticos empleados. Si después de la proyección descubro en retrospectiva que además no contiene fallos de guión ni contradicciones en la forma, que no chirría en definitiva como mecanismo de representación o herramienta expresiva, me confirmo en que es buena. Y ya es mejor que simplemente buena el que esa película revele una adecuación idónea entre la forma de su lenguaje y el tema o la historia que cuenta. Lo que me indica que se encuentra en un nivel superior es que, a través de esa consistencia, consiga incluso transmitirme un plus de interés fuera de ella, sea un impulso emocional o una reflexión intelectual hacia una realidad desconocida, sea una mirada diferente sobre Lo Mismo capaz de transformar también mi mirada...  Pues bien, el largometraje “Entre dos aguas”, que abrió brillantemente ayer la séptima sesión de la sección oficial del  Festival de Cine Independiente IBAFF, me parece en este sentido mucho mejor que buena, una película extraordinaria que se encuentra en un nivel superior al de la mayoría. Porque no sólo se disfruta viéndola sino que es capaz de llevarnos más allá, transmitiendo con empatía auténtica, a través de la singular historia de un gitano de San Fernando de Cadiz recién salido de la cárcel que lucha por ganarse dignamente su libertad, un vendaval de situaciones agridulces contradictorias como el empuje de la vida misma. Que ilumina a la vez que emociona, sin caer en el drama fácil o el sentimentalismo. La escena del parto con la que se inicia, rodada en toda su crudeza, creo que es a este respecto representativa y toda una declaración de intenciones de lo que viene después. Porque, como muestra en miniatura ésta resalta el dolor y la alegría indistinguibles que acompañan el nacimiento de una nueva criatura, la lucha contra el mundo que pone en marcha, su misterio y la fuerza incontenible con la que rebasa desde el principio cualquier forma predeterminada por las ideas, acerca de lo que es, de su necesidad, de su valor y de su belleza, de su significado y de su destino. Es un retrato vigoroso y vibrante de una familia gitana desfavorecida por las circunstancias que, como buena parte de esa minoría nacional excluida, sobrevive como puede: el inspirado director del film le da voz a este grupo humano y a su precario modo de existencia, al tiempo que explora la brecha entre integración y libertad, entre la identidad, la capacidad de superación y las limitaciones impuestas por el origen y el lugar de procedencia, las vueltas que da el pasado y el futuro incierto en el laberinto del presente. Y aunque el resultado de la lucha quede por siempre abierto, o entre dos aguas como indica el título, la visión que Isaki Lacuesta ofrece sobre esa lucha es ejemplar, profunda y certera, vivificadora, como un fuego que purifica a la vez que arrasa. A mí no me costó nada entender la aventura de su protagonista, a pesar de que no tenemos nada en común en cuanto a personalidad y circunstancias socio-culturales, gracias a su dirección lúcida y compasiva, atenta y desprejuiciada. La vida al fin y al cabo sale al encuentro de quien la busca porque, como forma de todas las formas, no tiene una forma determinada, sino que es libre...  



 El ingenioso rompecabezas puesto en juego por Jaime Rosales en “Petra”, la siguiente propuesta del día que cuenta una historia sobre el arribismo o la escalada de poder como si se tratara de un caso de posesión demoníaca, se encuentra en muchos aspectos, creo, en las Antípodas de la primera. Aún resultando interesante desde el punto de vista formal, y teniendo a su favor motivos, tema y actuaciones de mérito, transmite en su desarrollo tanta frialdad que a mí me congeló la sangre y el pensamiento... Además de que en retrospectiva, ciertas inverosimilitudes en el retrato de los personajes y del modo de contar la historia, me impiden conectar con ella, y encajar así todas las piezas.


 Sé que la comparacion es odiosa, pero también es en este caso prácticamente inevitable, sobre todo teniendo en cuenta que el mismo Festival la favoreció, introduciendo entre una y otra proyección una entrevista-debate entre los directores de las dos películas, Isaki Lacuesta versus Jaime Rosales, como si realmente estuviesen enfrentados. Un “encuentro de realizadores” que, bajo el lema “El cine de autor: la dicotomía entre los festivales y las instituciones” dió lugar a toda clase de manifestaciones sobre cuestiones artísticas, formales y existenciales que atestiguó rotundamente sus diferencias. Quién ganó este debate, cuál de las dos películas consiguió en esta ocasión la victoria, lo tengo claro. La perfecta fusión de la forma y el contenido que las películas de maestros indiscutibles como Y. Ozu, David Lynch, R. Bresson, Billy Wilder o Kubrik demuestran, es el resultado de un ejercicio de la libertad que sólo está al alcance de unos pocos. Sin embargo ni siquiera éstos han conseguido el equilibrio tan deseado siempre. Naturalmente, el estado de gracia permanente, es un excepción que rompe la regla. Así que me conformo, mientras llegan nuevos maestros, con las películas que me hacen felíz, o simplemente más consciente.








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