Gracias a a su desbordante vitalidad, todavía a sus 96 años de edad mi mujer no sólo me
soporta a mí en su casa, sino que ha podido alumbrar, en medio de la
indiferencia general y el sarcasmo desesperado de los científicos más
escépticos, a nuestro retoño doscientos doceavo,
que es en estos momentos su predilecto, y también el mío: un bebé
inaguantable con el cuerpo esculpido desde su mismo nacimiento como el de un
culturista de élite, contra el que nada puede hacerse cuando se enfada, salvo
llevarlo al gimnasio (lo que en cierto modo me llena de orgullo)... Y también se enfada a menudo porque el
gimnasio al que lo llevamos parece demasiado
limitado en cuanto a aparatos respecto de sus más que flexibles
ambiciones, además de que prefiere
ingerir allí, mientras practica, enormes tazones de leche en polvo supervitaminada, antes de querer volver a casa a tomar directamente del tradicional maná
previsto por la naturaleza en forma de ubre
(lo que por otro lado agradezco): como si él supiera de manera innata,
sin pensamiento articulado ni palabras aún, que sus músculos de atleta precoz crecerán como piedras hasta formar
montañas sólo a base de ejercicio, de luchar por mantener el
dolor propio a la distancia conveniente para poder controlarlo, para poder convertirlo en paquetes de energía manejables (lo
cual me llena de asombro)... Quiero considerar
que no es de milagro ni de
engendro monstruoso de lo que hay que hablar a partir de aquí, a propósito
de este alumbramiento extraordinario, tan curioso, sino de la tendencia de la materia vital a transformarse, sólo por
el instinto de conservación y el juego creativo de la supervivencia, en espíritu,
ideas, sueños imposibles, hasta espectáculo y circunferencia de plenitud
perfecta, ya que sus músculos se
transfiguran en “algo más”, en efecto, y en verdad parecen más imponentes
bajo el brillo de esas inocentes lágrimas... ¿No os enternece? ¡Pues no nos
déis la enhorabuena a nosotros, los carísimos padres! ¡Se nos parece tan
poco!...: ¡Invitada estás, querida Humanidad, a admirar
(o envidiar, según la calidad moral de cada cual) cómo refulge espontáneamente en nuestro bebé
maravilloso, de manera integral, todo lo mejor de nuestra existencia, sin
absolutamente nada de lo malo, atesorado por nosotros con tanta astucia,
paciencia y celo a lo largo de tantos dispersos años!... ¿No sabíais que el
amor verdadero es el gran desafío y el mayor de los provocadores?… ¡Esta sí que es una sorpresa para envolver con lazos de regalo universal de color de rosa! !¡Mi hijo
212 ya está AQUÍ, a su tierna edad, preparado para EL MUNDO!... ¿Y vosotros?
¿Estáis preparados PARA ÉL?
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