Sé que una película es especial, para mí, cuando puedo verla
de principio a fin olvidándome de mí mismo, sin que surja mientras tanto el
crítico escéptico que llevo dentro, o el frío analista formal de la actuación o
de los procedimientos estilísticos empleados. Si después de la proyección
descubro en retrospectiva que además no contiene fallos de guión ni
contradicciones en la forma, que no chirría en definitiva como mecanismo de
representación o herramienta expresiva, me confirmo en que es buena. Y ya es mejor que simplemente buena el que esa película revele una
adecuación idónea entre la forma de su lenguaje y el tema o la historia que cuenta.
Lo que me indica que se encuentra en un
nivel superior es que, a través de esa consistencia, consiga incluso transmitirme
un plus de interés fuera de ella, sea un impulso emocional o una reflexión intelectual
hacia una realidad desconocida, sea una mirada diferente sobre Lo Mismo capaz
de transformar también mi mirada... Pues
bien, el largometraje “Entre dos aguas”, que abrió brillantemente ayer la séptima sesión de la
sección oficial del Festival de Cine
Independiente IBAFF, me parece en este sentido mucho mejor que buena, una
película extraordinaria que se encuentra
en un nivel superior al de la mayoría. Porque no sólo se disfruta viéndola sino
que es capaz de llevarnos más allá, transmitiendo con empatía auténtica, a
través de la singular historia de un gitano de San Fernando de Cadiz
recién salido de la cárcel que lucha por ganarse dignamente su libertad, un
vendaval de situaciones agridulces contradictorias como el empuje de la vida
misma. Que ilumina a la vez que emociona, sin caer en el drama fácil o el sentimentalismo.
La escena del parto con la que se inicia, rodada en toda su crudeza, creo que es
a este respecto representativa y toda una declaración de intenciones de lo que
viene después. Porque, como muestra en
miniatura ésta resalta el dolor y la alegría indistinguibles que acompañan el
nacimiento de una nueva criatura, la lucha contra el mundo que pone en marcha,
su misterio y la fuerza incontenible con la que rebasa desde el principio cualquier
forma predeterminada por las ideas, acerca de lo que es, de su necesidad, de su valor y de su belleza, de su significado y de
su destino. Es un retrato vigoroso y vibrante
de una familia gitana desfavorecida por las circunstancias que, como
buena parte de esa minoría nacional excluida,
sobrevive como puede: el inspirado director
del film le da voz a este grupo humano y a su precario modo de existencia, al
tiempo que explora la brecha entre integración y libertad, entre la identidad,
la capacidad de superación y las limitaciones impuestas por el origen y el lugar de procedencia, las
vueltas que da el pasado y el futuro incierto en el laberinto del presente. Y aunque
el resultado de la lucha quede por siempre abierto, o entre dos aguas como indica el título, la visión que Isaki Lacuesta
ofrece sobre esa lucha es ejemplar, profunda y certera, vivificadora, como un
fuego que purifica a la vez que arrasa. A mí no me costó nada entender
la aventura de su protagonista, a pesar de que no tenemos nada en común en
cuanto a personalidad y circunstancias socio-culturales, gracias a su dirección
lúcida y compasiva, atenta y desprejuiciada. La vida al fin y al cabo sale al encuentro
de quien la busca porque, como forma de todas las formas, no tiene una forma
determinada, sino que es libre...
El ingenioso
rompecabezas puesto en juego por Jaime Rosales en “Petra”, la siguiente
propuesta del día que cuenta una historia sobre el arribismo o la escalada de
poder como si se tratara de un caso de posesión demoníaca, se encuentra en
muchos aspectos, creo, en las Antípodas de la primera. Aún resultando
interesante desde el punto de vista formal, y teniendo a su favor motivos,
tema y actuaciones de mérito, transmite en su desarrollo tanta frialdad que a mí me congeló la
sangre y el pensamiento... Además de que en retrospectiva,
ciertas inverosimilitudes en el retrato de los personajes y del modo de contar
la historia, me impiden conectar con ella, y encajar así todas las piezas.
Sé que la
comparacion es odiosa, pero también es en este caso prácticamente
inevitable, sobre todo teniendo en cuenta que el mismo Festival la favoreció,
introduciendo entre una y otra proyección una entrevista-debate entre los
directores de las dos películas, Isaki Lacuesta versus Jaime Rosales, como si realmente estuviesen enfrentados. Un “encuentro
de realizadores” que, bajo el lema “El cine de autor: la dicotomía entre los
festivales y las instituciones” dió lugar a toda clase de manifestaciones sobre
cuestiones artísticas, formales y existenciales que atestiguó rotundamente sus
diferencias. Quién ganó este debate, cuál de las dos películas consiguió en esta ocasión la victoria, lo tengo claro. La perfecta fusión de la
forma y el contenido que las películas de maestros indiscutibles como Y. Ozu,
David Lynch, R. Bresson, Billy Wilder o Kubrik demuestran, es el resultado de
un ejercicio de la libertad que sólo está al alcance de unos pocos. Sin embargo
ni siquiera éstos han conseguido el equilibrio tan deseado siempre.
Naturalmente, el estado de gracia permanente, es un excepción que rompe la
regla. Así que me conformo, mientras llegan nuevos maestros, con las
películas que me hacen felíz, o simplemente más consciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario