miércoles, 23 de enero de 2019
martes, 15 de enero de 2019
...El Último Imperio del Rey Desnudo
No sé
si conocéis la historia de aquel rey vanidoso que se dejó engañar por unos
pícaros para lucir un traje de nada, un traje de aire, tan único como invisible
e inexistente, su piel al desnudo, vamos, como si fuera lo más de lo más en
cuanto a último grito de la moda: “El traje nuevo del emperador” se llama
el cuento, y fue publicado en 1847 por Hans C. Andersen como parte de la
colección de <<Cuentos de hadas contados para niños>>. Pues
bien, este rey vanidoso, deseoso de mostrarse en público con el prodigio que
estos pícaros embaucadores le habían preparado, convocó para la ocasión a todo
su Reino, y todos pudieron ver a las claras entonces el engaño, el fraude
que tanto unos como otros sospechaban y que por todas partes se había ido
comentando, entretejiendo, pero que por diversas razones no podían o no se
atrevían, o no querían, deshacer; así que en principio, aún calándole a través
de su “tejido transparente”, le siguieron el juego como si tal cosa... Hasta que
un niño observó en voz alta, con esa típica insolencia de niño de la que
no podían hacer gala el Pueblo ni la Corte, ni más ni menos lo que todos veían
con sus propios ojos, en efecto, pero no reconocían abiertamente: que el
rey, en fin, no llevaba ningún traje, sino que se presentaba desnudo.
Esta
simple observación unida a la risa que naturalmente provocaba, pues al fin y al
cabo el rey era de este mundo, de carne y hueso como los demás, despertó la
burla generalizada hasta entonces contenida, y así la vanidad del rey fue
herida donde más le dolía, lo que fue recibido por él como su merecido castigo.
Sin embargo éste, avergonzado, hizo como si no se diera cuenta, levantó
la cabeza y detuvo el desfile altivamente. Aquí acaba la versión oficial del
cuento.
Bien,
hay muchas versiones del mismo y todas concluyen en avisos en forma de
moraleja sobre la relatividad de la verdad: sólo la
ingenuidad desinteresada de un sujeto que todavía no está integrado socialmente
puede resistirse a la seducción del poder y enfrentarse al artificio de las
convenciones sociales.
A mí
me ha dado por pensar que podría tener un final más redondo en esta línea de
pensamiento si continuara del modo siguiente, a ver qué os parece: me gusta
pensar que el rey es un tipo listo además de vanidoso, y capaz como sólo puede
ser capaz un rey de cuento, de un gesto realmente soberano que a todos admira, el
rey abdica allí mismo de su trono a favor de ese niño, admitiendo ante
todos los presentes que esa mirada espontánea tan simple y sin mediaciones en
la que se ve retratado como en un espejo es más valiosa que todas las
supuestas riquezas de su Imperio en conjunto; o bien, cediéndole la
Corona, le propone que se convierta en su consejero… Y así, riéndose de
sí mismo y abdicando se eleva como ser humano a una dimensión de ecuanimidad
que no había logrado nunca como cabeza de su Imperio.
El
niño de manera natural rechaza la doble oferta con una sonrisa, y la multitud
los aclama a ambos. Recupera así para sí y para su Reino, en ese gesto, la
Libertad, y a continuación todos se desnudan para celebrarlo alegremente.
O
bien…
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